Durante la década de los 40, la mayoría declaraba tan solo una parte de la cosecha, reservando el resto para la venta libre y clandestina. El trigo, el aceite, el azúcar, el café y el tabaco estaban racionados y sometidos a controles por parte del gobierno. La guardia civil controlaba el tráfico ilegal de mercancías reguladas por ley que los vecinos trataban de vender clandestinamente.
La iluminación de las calles se convirtió en un problema. La salida nocturna de las casas con la burra cargada con unos sacos de olivas hacia el molino era un riesgo para los vecinos que aprendieron a solucionar. Durante la noche, los vecinos aflojaban las bombillas del alumbrado público desde el balcón, a iniciativa propia o a requerimiento de algún vecino, envolviendo las frías madrugadas en la clandestina oscuridad que facilitaba el anonimato y evitaba la tragedia.
En ocasiones, se desplazaban a Fraga o hasta Lérida con provisiones ocultas entre la carga de los carros para su venta y poder sacar unas perras extras que les permitían sobrevivir.
Siguiendo con los generales, en el mes de abril de 1940, se aprobó cursar una felicitación a don Saturnino, “militar ilustre y patriota, hijo de este pueblo” (literal), por su ascenso a General de Brigada, y cambiar el nombre de la calle Castilla Alta por el de calle del General don Saturnino González Badía.