La última y definitiva ofensiva, esta vez por parte de las tropas franquistas sucedió en marzo de 1938, que determinó la caída definitiva del ejército republicano en Aragón. El miedo a posibles bombardeos y represalias por motivos de afiliación política produjeron el éxodo paulatino de los vecinos hacia Cataluña. A finales de marzo de 1938, la población quedó semidesierta. El viento golpeaba en los ventanos cerrados y devolvía el eco triste de las casas vacías. Los vecinos que se fueron dejaron sus pertenencias: los "cocíos", tajaderas y "cantaricos"; los pucheros, bacías, y chocolateras; el ajuar, el vino, el aceite y el trigo. Cargaron en los carros las mantas, el pan, el adobo, cuatro mudas, el poco dinero republicano que tenían, y la esperanza del regreso en la cabeza. El silencio de una muchedumbre triste invadía los caminos. Dejaron los bienes, los parientes y los sueños, llevando consigo la desilusión del fracaso republicano en el fondo de la alforja.
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